jueves, 23 de marzo de 2017

Regreso a ti



María Violeta García Prado
Ilustración: Foto de la autora



 Serían las dos de la mañana cuando en la ventana de mi recámara oí un sonido insistente, confieso que al despertar me asusté, pues después de oír tantas historias de fantasmas de mi abuela,  cualquier ruido me alteraba estimulando mi imaginación.
Me cubrí el rostro con las cobijas, pero el sonido seguía.  La sensatez volvió a mí, alejando todos los miedos, recapacité y de un salto me levanté pensando ¡Luna! ¡Es Luna! mi gatita esponjosa de ojos verdes.
   Al abrir la ventana tratando de no hacer ruido para que nadie se diera cuenta, mi visión fue terrible, si era Luna, ¡no podía creer que ese esqueleto con pelos enmarañados y sucios era mi Luna!  Tomé mi bufanda que estaba cercana y envolví a mi gatita que apenas podía maullar.  Hacía más de tres semanas que mi tía me arrebató a mi gatita, aquel día regresé de la escuela y la busqué, la llamé sin encontrarla, mi hermano menor me dijo que mi tía había metido a Luna en una bolsa de mandado y se la llevó. A ella nunca le han gustado los gatos, le dan miedo. Desde ese día estaba muy triste, pero a diario me llevaba un poco de alimento en las bolsas para dejarlo por las esquinas cercanas a mi vivienda, en la cornisa de la ventana y otros lados,  esperando que regresara, ya una vez antes había regresado. 
La puse en el piso, apenas se sostenía, se acercó lenta a mis pies, creí que iba a hacer lo de siempre, ronronearencamorrada alrededor de mí, envolviendo mis tobillos con su cuerpo y su cola, mirando hacia arriba maullando. Ahora no maullaba sólo levantó su cara , con la cola abajo y me miró  sin mover siquiera un bigote,  sentí angustia y la levanté en brazos arrullándola.
Arropé a Luna, la abracé y envolví con una frazada tibia, la acorruqué en mi regazo, le di agua en su boca con una cuchara, que bebía con débiles lengüetadas, le limpié sus ojitos con una toalla húmeda, su nariz estaba caliente, yo sabía que estaba muy mal. La abracé, la acaricié y con lágrimas le decía que la quería mucho, que siempre me había hecho muy feliz. Luna tenía sus ojos cerrados y respiraba agitadamente. Le acerqué su cascabel para llamarle la atención, no quería que se durmiera, abrió sus ojos de momento para cerrarlos otra vez y quedarse suelta, muy suelta, le hable: ¡Luna! ¡Luna! ¡No te vayas chiquita!  Y  abrió sus ojos levantando sus orejitas, su corazón empezó a latir otra vez, pero muy débil, apenas gimió, entonces le dije: no chiquita, si quieres descansar descansa ya. Cerró nuevamente sus ojos, entonces sí se quedó muy suelta con su boca abierta, mostrando sus largos bigotes y hermosos dientes blancos. No supe cuanto tiempo me quedé con su cuerpo acariciándolo, pero ya estaba clareando el día.

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