María
Violeta García Prado
Ilustración: Foto de la autora
Serían
las dos de la mañana cuando en la ventana de mi recámara oí un sonido
insistente, confieso que al despertar me asusté, pues después de oír tantas
historias de fantasmas de mi abuela,
cualquier ruido me alteraba estimulando mi imaginación.
Me
cubrí el rostro con las cobijas, pero el sonido seguía. La sensatez volvió a mí, alejando todos los
miedos, recapacité y de un salto me levanté pensando ¡Luna! ¡Es Luna! mi gatita
esponjosa de ojos verdes.
Al abrir la ventana tratando de no hacer
ruido para que nadie se diera cuenta, mi visión fue terrible, si era Luna, ¡no
podía creer que ese esqueleto con pelos enmarañados y
sucios era mi Luna! Tomé mi bufanda que
estaba cercana y envolví a mi gatita que apenas podía maullar. Hacía más de tres semanas que mi tía me
arrebató a mi gatita, aquel día regresé de la escuela y la busqué, la llamé sin
encontrarla, mi hermano menor me dijo que mi tía había metido a Luna en una
bolsa de mandado y se la llevó. A ella nunca le han gustado los gatos, le dan
miedo. Desde ese día estaba muy triste, pero a diario me llevaba un poco de
alimento en las bolsas para dejarlo por las esquinas cercanas a mi vivienda, en
la cornisa de la ventana y otros lados,
esperando que regresara, ya una vez antes había regresado.
La
puse en el piso, apenas se sostenía, se acercó lenta a mis pies, creí que iba a
hacer lo de siempre, ronronearencamorrada alrededor de mí, envolviendo mis
tobillos con su cuerpo y su cola, mirando hacia arriba maullando. Ahora no
maullaba sólo levantó su cara , con la cola abajo y me miró sin mover siquiera un bigote, sentí angustia y la levanté en brazos
arrullándola.
Arropé
a Luna, la abracé y envolví con una frazada tibia, la acorruqué en mi regazo,
le di agua en su boca con una cuchara, que bebía con débiles lengüetadas, le
limpié sus ojitos con una toalla húmeda, su nariz estaba caliente, yo sabía que
estaba muy mal. La abracé, la acaricié y con lágrimas le decía que la quería
mucho, que siempre me había hecho muy feliz. Luna tenía sus ojos cerrados y
respiraba agitadamente. Le acerqué su cascabel para llamarle la atención, no
quería que se durmiera, abrió sus ojos de momento para cerrarlos otra vez y
quedarse suelta, muy suelta, le hable: ¡Luna! ¡Luna! ¡No te vayas chiquita! Y abrió
sus ojos levantando sus orejitas, su corazón empezó a latir otra vez, pero muy
débil, apenas gimió, entonces le dije: no chiquita, si quieres descansar
descansa ya. Cerró nuevamente sus ojos, entonces sí se quedó muy suelta con su
boca abierta, mostrando sus largos bigotes y hermosos dientes blancos. No supe
cuanto tiempo me quedé con su cuerpo acariciándolo, pero ya estaba clareando el
día.
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