Gabriela
Cruz Valdés
Ilustración de la autora
Durante
seis noches, creamos una ópera nocturna. Cada movimiento con Ray estaba
acompañado por un grito mío y los maullidos de ellas, quienes saltaban a la
azotea mientras él y yo nos arrancábamos la ropa y nos revolcábamos en donde
fuera.
La
sexta noche fue de cuarto menguante. Grité, jadeé y gemí con fuerza. Ray sudó en
su intento por llegar. La melodía de las felinas me motivó, entonces empujé.
Empujé hasta alcanzar el máximo falsete que se unióa los maullidos en celo, en
un cierre engalanado por el brillo lunar que se coló entre las cortinas
delahabitación.
–¡Putas
gatas! ¡Cómo las odio! –gritó Ray. Me aventó y salió.
Después,
una cerca electrificada interrumpió la temporada.
He
trepado al techo. Dejo que el camisón de satín azul se deslice mientras camino
descalza. La noche es cálida y el ligero viento me acaricia mientras voy
acomodándome bocarriba. Mis dulces felinas llegan. Una a una, van mojando cada
parte de mi cuerpo con su pequeña lengua.
Con
una mano adentro y la otra sintiendo su suave pelo, con el reflejo de la Luna que
dilata mis pupilas, me uno a la sinfonía amorosa de las gatas.
Lo
siento, Ray, tenía que quitar la cerca.
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