viernes, 27 de octubre de 2017

Silvestre



Rocío Cristina Quintero Godínez
Ilustración de la autora



Te preguntarás, ¿quién es Silvestre?, pues yo te lo diré: es un pequeño peludo, recogido de la calle, cuando unos niños lo arrojaban al viento para ver como se contorsionaba en el vuelo y verlo caer parado sobre sus cuatro patas.
Un minino agradable de color blanco y  negro con un lunar en la nariz, y ojos color de aceituna, que fue bien recibido por una familia humana de cinco integrantes a quienes adoptó como su manada, después de que dejara sus desechos en la coladera del baño y lo consideraran un gatito muy limpio.
Silvestre, el que juega a las escondidillas con sus hermanitas humanas, a corretear la pelota y seguir madejas de estambre. El que se convierte en un bebé envuelto en cobijitas y es mecido en una hamaca improvisada, y gusta de beber leche de un diminuto biberón.
Aquel que en tiempos difíciles  salía a cazar para llevar el alimento a sus hermanos humanos, quienes no valoraban las suculentas ratas, lagartijas y pájaros, que eran llevados hasta dentro del hogar para ser cocinados por nuestra madre.
Silvestre, aquel que esperaba la llegada de sus hermanos humanos cuando regresaban de la escuela, y una vez que todos estaban dentro de casa ya cobijados, se enroscaba en la cama para dormir plácidamente, pues sentía su labor cumplida.
Es el que cuidó toda la noche a la hermanita menor, cuando la mediana fue atropellada y sus padres pasaron varios días en el hospital.
Aquel que limpiaba con la lengua las lagrimas de la vecina, cuando esta descubrió que su marido le era infiel y rompió en llanto con una nostalgia que hacia estremecer cualquier corazón.
Silvestre, el que soportó las tantas mudanzas de pueblo en pueblo, pues la manada no tenía una estabilidad, y no se ponían a reflexionar que los cambios también lo afectaban, pues debía enfrentarse a los vándalos gatos que lo juzgaban de extraño, y le propinaban tremendas palizas, para volver a casa con las orejas rotas, los bigotes quebrados, las patas mordidas y cojeando.
El que ablandó el corazón de Doña Jerónima, la cacera veterana de la revolución, que dijo: ¡NO quiero gatos en esta casa!,  y terminó siendo su mayor confidente.
Vio crecer a los niños y volverse adolescentes y después adultos. Vio como la vida sigue su curso. Vio como las familias a veces se desintegran para seguir nuevos caminos, nuevos destinos. Y en un golpe de suerte, entre tanta mudanza, cayó en un lugar lleno de hermanos gatos, en donde después de enfrentarse con el jefe de aquella manada en una cruenta lucha, ganó la afrenta y se posicionó como el líder, y tuvo acceso a la cópula con todas las féminas gatas que pudo, reproduciendo su imagen bicolor por varias generaciones.
Silvestre decidió quedarse a vivir con sus nuevas esposas, formar su propia familia, pues finalmente sus humanos ya también habían comenzado a separarse para formar las suyas. Y un día de pronto, despertó en una azotea, rodeado de su descendencia. Su camada humana había desaparecido. Tuvieron una última mudanza y lo dejaron abandonado en aquel pueblo. Y no es que no lo quisiera, no, el ya no quiso dejar a su familia felina. Prefirió pasar sus últimos días rodeado de ronroneos en el calor del sol sobre las azoteas. Y los años pasaron sin que su familia humana y él se volvieran a ver jamás.
Te preguntarás, ¿quién es Silvestre?, pues yo te lo diré:
Silvestre, soy yo…


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