Tania Susano
(Foto de la autora)
La nombramos Mau porque no hacía otra cosa
que decir mau, mau, puro mau. Era la gata de todos pero más de Gustavo porque
el pagó 50 pesos a Alberto para que fuera sólo de él.
¿Han visto un gato dueño del barrio? Así era Mau. No hubo a los
alrededores, azotea o traspatio, que no recorriera. En más de una ocasión hizo
saltar y gritar a alguna vecina al caer con todo su peso en las láminas de los
traspatios o cuando curiosa entraba por
la ventana de alguna casa que por supuesto no era la suya. Que bello era ir y
venir de casa, y sentir su saludo mirada desde la cornisa del zaguán o verla bajar del árbol corriendo a tu
encuentro. Era callejera, hacerla entrar cuando debíamos salir era toda una
proeza pues no vendía su libertad, ni por una rebanada completa de un buen
jamón.
¿Dejarse acariciar? Jamás, eso lo
aprendimos desde el primer día que
llegó. Sólo a veces, si eras el elegido, se sentaba en tus piernas y dejaba que
la cepillaras y hundieras tus dedos en su denso pelaje, una mordida era el
aviso de que había sido suficiente. Pero si estaba dispuesta hasta masaje te
tocaba. No es que fuera agresiva, era
simplemente ella, la Mau. Así era.
Dicen que los gatos negros son de mala
suerte pero a mí me consta que no es así.
Recuerdo el día que la señora Berta llevó a su nieto, fue a ver a mamá para que la acompañara al doctor o con la
señora que curaba el empacho, porque no
sabía que le pasaba al bebé, se había puesto a llorar de repente. Desde
que Mau la escuchó, bajó corriendo y le maulló, se trepó a las coderas
del sillón a la altura de su brazo y la
jalaba con su patimano, como indicándole algo.
Mamá me dijo que me la llevara, que la estaba atacando, yo sabía que no
era así: en más de una ocasión la había visto correr a los perros que se meaban
en el jardín, saltándoles a las patas, así que si la hubiera querido atacar se
le hubiera aventado y punto. Era muy extraño que se comportara así, nunca antes
lo había hecho. Mau insistía hablándole
a la señora en idioma maullido, siguiéndola mientras esta caminaba arrullando y
calmando al niño. El llanto del bebé no paraba, sugerí que lo destapara un
poco, que tal vez tendría calor, era mayo y lo traía envuelto en un cobertor de
esos de Winnie Pooh. Lo acostó en el sillón y lo descubrió, Mau rápidamente
trepó, y sin que pudiéramos intervenir,
comenzó una danza extraña, daba vueltas
alrededor de él, cambiando de dirección cada tanto, rozándose en las ropas y
mullendo la cobija, guiñaba los ojos, ronroneaba, todo con tal concentración que yo estaba
atónita. Mamá no dejaba de decir que la alejara, que si los pelos, que lo iba a
rasguñar pero si me acercaba me tiraba zarpazos y amenazaba con morderme, así
que opté por quedarme cerca, atenta. El ritual aquél duró como dos o tres
minutos.Después, como si fuera magia de gata
negra, ante la sorpresa de todas, el niño poco a poco se fue calmando.
Al terminar su trabajo Mau simplemente bajó del sillón, se sacudió y se fue,
durmió toda la tarde.
Siempre elegante, meneando orgullosa su
esponjada cola, los años pasaban y pasaban y Mau siempre la misma, juguetona,
con energía de gatito que está descubriendo el mundo. Y de pronto, en unos
meses, su andar se volvió lento, dejó de buscar la calle, de subir a las
azoteas, al árbol, incluso las escaleras. Su mirada se fue apagando. Aquel día
sólo esperó a que Gustavo regresara a casa, la tomó en sus brazos, la acostó en
su cama y partió.
Negra como el universo, ahora se confunde con
él. A veces por las noches me gusta buscar su mirada saludo y veo como las
estrellas se mueven, seguro es Mau que juega con ellas.
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