Hugo Jaciel Mendoza
(Foto proporcionada por el autor)
Misha no entendía por qué le pateaba el vientre y le
reventaba a sus mininos en gestación. Ella, como otras tantas veces solo quería
darle la bienvenida, juguetear con él, restregársele entre las piernas. Pero él
había llegado malhumorado por un mal día de trabajo. Nunca esperó el duro golpe
que le tronó las entrañas. Maullando, más de tristeza que de dolor, se refugió
en un rincón y lamió sus tetillas que ya lactaban. Al día siguiente parió tres
trozos de carne sanguinolenta que sacó de la placenta y lamió con dolor, con el
dolor de parto prolongado en sus entrañas reventadas, con dolor de madre que
nunca escuchó el miar de sus hijos. Al tercer día, estuvo al acecho esperando
un descuido de su amo en la puerta que daba a la calle y que nunca se había
atrevido a cruzar, esta vez la historia fue diferente.
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